Una de las paulistanadas que más llama la atención consiste en sentarse a echar un trago en la calzada delante de los coches pasando, quizá encima de una alcantarilla, medio torcido, envuelto en ruido, contaminación, a la vista de todo el mundo, exposición indiscreta.
Cómo explicar que probablemente el brasileño más exigente en cuanto a servicio, atención y espacio, opte deliberadamente por desdecirse en ciertos momentos de su día a día y mostrar todo lo contrario de lo que quiere y busca, y además, parecer feliz.
Beber una cerveza de 600 en un vasito pequeño sentado en una silla de madera con la marca de otra cerveza cuando a lo largo de la semana ha estado optando, seleccionando, criticando, juzgando, midiendo, comparando y sentenciando todo tipo de servicios y personas, es algo habitual en las paulistanadas de fin de semana, principalmente.
Por qué ocurre esto es un misterio, quizá es que verdaderamente a lo largo de la semana el paulistano ejerce de profesional y cuando la acaba se muestra desprovisto de ficciones corporativas, que el teatro en el que actúa cada día cierra el telón a eso de las 7 los viernes y que finalmente se ve con la posibilidad de poder bajar la guardia, el león se convierte en gatito tal cual.
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